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terça-feira, 28 de fevereiro de 2006

Para mover La Rueda

No salía. No salía nada.

Pensaban en un dragón, pero aparecía un perro con humo bostezando con algo en la boca, carbón quién sabe. Rescataban de las catacumbas a un viejo héroe, le arrancaban esa ropa inmoral y sucia, lo mandaban bañarse, le hacían otra ropita adorable y nueva, igual a la anterior pero un poco más inmoral, insertaban algunos remaches en las juntas.

Pero al cabo de media hora el frankie-dientes-y-patilla se desplomaba en un estrondo sordo, el polvo agitado quedaba como una nube de desazón. Y todo comenzaba de nuevo.

Algunas corbatas comenzaron a llamar e indagar y agitar sus puños blancos y sus pitillos humeantes. Amenazaron con pastillas, y luego con la falta de pastillas. Hasta que de un puño un dedo enorme y flaquete y largo y lleno de callos y una uña larga y curva acabó por señalar La Rueda; ya no giraba como antes, se movía despacio en la inercia. La rueda, señores, se estaba parando, y las así las corbatas se escondieron en la sombra.

Alguien tuvo la idea de zamarrear aquel viejo pirata que había sido capturado cuando joven. En sus buenos tiempos mozos se decía que atravesaba los mares soplando él mismo sus velas; quién sabe si soplase, soplase, La Rueda se moviese por lo menos lo suficiente como para tomar impulso y continuar sola.

Pero el pobre pirata, por más que intentase soplar, no era que no tuviese aire,
más bien es como si eructase una brisa suave. La Rueda ni fu.

Pero ese enano (que no era tan enano sino más bien reducido a su pequeñez por la pequeñez de las circunstancias), ese enano que supo ser consejero de una corbata rojiazul muy importante tiempo atrás, ese enano creyó vislumbrar el problema. Porque viejos héroes aún intentaban desfilar sus ropichas en el mismo estilo de siempre, y viejos aún, peor conseguirían hacer a La Rueda. La cosa era llamar cualquier cosa, pero que desfilase con otro estilo.

Se hicieron simposios sobre el Nuevo Estilo de Caminar para mover La Rueda. Hamsters desfilaron en un vals rápido y con piruetas y hamsters-caballos y hamsters-cowboys. Luego arrancaron los pelos a algunos hamsters y los pusieron juntos en una casita, a ver cómo se mataban por comida, y de paso ver sus piruetas venticuatro por siete.
Hamsters hicieron pactos con hamsters, hamsters corrieron y corrieron en sus jueguitos de eliminar exceso de adrenalina, hamsters traicionaron hamsters, y hamsters amaron otros hamsters, aunque no haya habido noticia de hamstercitos; pero hubo muchas nuevas definiciones del amor entre hamsters, y al final eran todos especialistas en piruetas de hamsters. Y La Rueda llegó a hacr ploc, continuó pero como que parando.

Los últimos espasmos de la Rueda fueron con un pequeñuelo dueño de una mansión llena de juguetes: pelotas silitrónicas, bambis cibernéticos de ojos azules sin iris que cantaban músicas por un CD en su lomo, estroboluces de neón, hielo seco, ejércitos de soldaditos de plomo, de plástico, de madera, cañoncitos, y principalmente dinosauritos de mentira soltando peditos sabor lavanda y haciendo aquel 'roaaarrrr' de mentira que asustaba niñitos y enternecía adultos.

"El tríptico" dijo un pianista. "El tríptico se acaba", pero nadie lo escuchó.

Fue parar La Rueda que las corbatas comenzaron a mirarse para saber que no había alternativa: reducir corbatas era la orden. Como peces furiosos, se engulleron unas a otras hasta que quedó una corbatona amarillenta y regordeta, que acabó por temblar, temblar, mirar a todos lentamente y vomitar un río de corbatitas pequeñitas y con sus propios anteriores tonos en amarillento. La saludaban, la llevaban de aquí para allá.

Jugaba con una navaja, cerrándola y abriéndola, cosa peligrosa. Un día iría cortar las cuerdas de la maldita Rueda. Pero seguro que sería encarcelado como había sucedido con el pirata, con los héroes de pacotilla, seguro que alguna corbata evocaría los Buenos Tiempos de La Rueda y mandaría a que las Hormigas Ciegas la reconstruyesen.

Y la luna llena de sangre continuaría a reírse sin parar.