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segunda-feira, 12 de dezembro de 2005

El espejo vacío

Ni bien nació y ya comenzaron con que tenía la naricita del abuelo Miguel, la frente de la madre... menos mal que todavía no entendía nada, para él era todos unos extraños monstruos largos y agitados que se contorcían con barullos horrible de la boca.

Pasaron los años, muchos de ellos. Hasta que supo que sí, que además los ojos eran del padre, la mirada igualita al tío Tomás, aquel que quiso ser arquitecto pero acabó tachero.

Después empeoró: tenía los libros y hasta dos pantalones del hermano, el skate de Olga, que se lo cambió por el "War", la voz del padre, además de los ojos.

Comenzó a mirarse en el espejo para ensayar nuevas poses reales. Digo reales como para decir auténticas. Pero o eran de la tele, o de los enemigos del colegio, o de Gabriel, su primo Gabriel, personalístico y creativo, simplemente un asombro a cada palabra, a cada gesto como si no fuese estudiado. A cada frase que sonaba como los motores de un gran avión que no vemos, como el acúmulo de siglos de filosofía.

Varias costras de la personalidad de Gabriel se le fueron pegando. El lo quiso así nomás. Se sentía bien cuando incentivaba su interlocutor como Gabriel: "pero qué guinada impresionante!", a veces complementando "la vuelta de tuerca, eh?", levantando una ceja. Las costras crecían y tomaban sus inflexiones, sus observaciones, su risa.

Pero sonó el teléfono. Y lógico, era para él. Estaba trabajando, usaba unos zapatos lustrados que, ahora que los veía, no reconocía. A él le gustaban tipo mocasines o con cordones negros? La gente a su alrededor esperaba impaciente que atendiese el teléfono. Pero los zapatos lustrados ? Cuándo ? Entonces se dio cuenta de lo peor. El teléfono tocaba por tercera vez ya, tenía que atender. Y al atender quién diría que estaba hablando ? Porque no es cosa de atender y quedarse mudo, hay que decir algo como "Mario López, buenos días", o "Sensorial Seguros buienas tardes" o cualquier cosa así. Pero verdadera.

El teléfono paró al quinto grito. Un sudor resbalaba por su frente. Miró por la ventana. El día terminaba.

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